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Manuel Hernández Villeta

Notas del siquiatra de marilin Monroe....«Hoy tendría ochenta y dos y a mí se me hace horrible, ni puedo ni quiero imaginármela como una anciana».

Michel Schneider: «Marilyn es un secreto a todos los niveles»

No, Ralph Greenson no era argentino. Pero sí era psicoanalista, y también el doctor que sentó en su diván a algunos de los nombres más propios del Hollywood de los cincuenta, como Vicente Minnelli, Vivien Leigh, Jack Lemmon, Tony Curtis, Dean Martin y Frank Sinatra. Y también fue el psiquiatra de cabecera de la rubia entre las rubias, Marilyn Monroe. Tirando del hilo de las charlas entre la actriz y el doctor, el escritor francés Michel Schneider, él mismo psicoanalista, ha ideado su propia terapia para la protagonista de «Con faldas y a lo loco», bajo el título de «Últimas sesiones con Marilyn» (Alfaguara).

Casi medio siglo después de su muerte, la actriz sigue en boca de muchos, y en el recuerdo de casi todos. «Eso es así -explica Schneider- porque tanto ella como las condiciones de su muerte fueron tremendamente misteriosas. Era una mujer muy conocida pero, simultánemente, en su verdad íntima, una persona mal conocida. Se piensa que era muy bella, pero tonta y superficial. Y sí, es cierto que era una mujer bellísima, pero ni era rubia, ni mucho menos tonta. Era alguien sensible, muy inteligente, una autodidacta que amaba las palabras y los libros. Su mito continúa porque fue una estrella que reunió en su persona casito todas las mitologías del siglo XX».

Tendida, pues, en el diván de Michel Schneider, dejemos que el doctor dé su diagnóstico. «Sufría muchísima angustia y creía que no estaba verdaderamente viva. Creía que sólo existía ante las cámaras o en la mirada de los hombres que la deseaban, pero siempre tuvo la sensación de estar como muerta dentro de sí misma».

El «caso Marilyn» aún tiene toda la pinta de ser un «Expediente X». Y sin desclasificar. «Hay documentación disponible en ensayos y biografías, pero los documentos personales de su picoanalista que están en la Universidad de California no se pueden ver, porque Marilyn sigue siendo un secreto de Estado, un secreto cinematográfico y un secreto político. He tenido que reinventarla como un personaje de novela».

Sabido ya que ni rubia y sin un pelo de tonta, la Monroe viajaba con docenas de libros (sí los leía, a pesar de la bromas muy pesadas de Mankiewicz), a la hora de elegir marido tampoco se anduvo con chiquitas, casándose con extremos que se tocaban. «Di Maggio era un deportista, un hombre muy fisico, nada intelectual, pero sí noble y honesto, mientras que Miller era un judío y un escritor atormentado. Joe era otra de las grandes imágenes de América, como lo fue ella, y por otro lado, Miller representaba sus ansias de cultura y de vida espiritual. Los dos mundos interiores de Marilyn estaban representados por sus dos maridos».

Tampoco aquel Hollywood podía venirle medianamente bien a alguien con una personalidad desbaratada como la de Monroe. «Hollywood fue muy duro con ella. Marilyn decía que hacía falta que el cine fuera como una madre que nos ayudase a crecer y a expresarnos. Pero Hollywood no es una madre, es un mundo de gente dura, bruta, salvaje, un mundo de enfermedad, droga y poder. Ella se enfrentó con él, y ella fue la que se hizo añicos».

Y no, Michel Schneider no ha caído en la morbosa tentación de hacer cumplir años a Marilyn Monroe para convertirla en la protagonista de un crepúsculo de los dioses literario. «Hoy tendría ochenta y dos y a mí se me hace horrible, ni puedo ni quiero imaginármela como una anciana».

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