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Manuel Hernández Villeta

Las FARC entran a una neuva etapa de lucha, sin su forjador, y con los soldados detrás de sus talones

Foto de archivo de Manuel Marulanda, alias Tirofijo y máximo líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que murió en marzo de un paro cardíaco, según informó el grupo guerrillero el domingo 25 de mayo de 2008. Ricardo Mazalan / AP foto  2000: Alfonso Cano (izq.) y Manuel Marulanda participan en una conferencia internacional de la cultura de la droga en San Vicente, 710 kilómetros de Bogotá, Colombia. AFP/Getty Images

"La muerte de Pedro Antonio Marín, Tirofijo, sorprende a las FARC en su peor momento político, militar y operativo en sus 44 años de existencia. Nadie duda de que su sucesor tendrá serias dificultades. Sobre todo porque el hombre designado por el Secretariado, Alfonso Cano, no tiene el carisma ni la proyección del fundador de las FARC. La biografía de Guillermo Sáenz, su verdadero nombre, ofrece el perfil de un comisario político curtido en las filas del Partido Comunista antes de empuñar las armas, hace casi tres décadas.

 Cano ordenó el asesinato de 40 de sus hombres y diversos atentados

 

Jefe del Bloque Occidental, Cano, de 59 años, nacido en Bogotá y con estudios de Antropología, siempre fue considerado el "intelectual" del grupo armado. Figuró como negociador en los frustrados diálogos sostenidos desde 1991 y creó el llamado Movimiento Bolivariano por una Nueva Colombia y el Partido Comunista Clandestino (PC3), herramientas de infiltración y expansión política de las FARC. Por eso se le ha ubicado tradicionalmente en el ala política de la guerrilla, frente al ala militar, encabezada por Jorge Briceño, alias el Mono Jojoy, mano derecha de Tirofijo.

 

De ahí que algunos analistas vean en su designación una señal de esperanza para una eventual negociación. "Las posibilidades militares de las FARC están destruidas. Con Cano e Iván Márquez [otro miembro del Secretariado] se podría flexibilizar el tema del intercambio humanitario como puerta de entrada a un diálogo de paz", sostiene Alfredo Rangel, director de la Fundación Seguridad y Democracia. Lo cree también Carlos Lozano, director del semanario comunista Voz y con contactos en la organización, que predice que el nuevo jefe máximo "pondrá un acento más político a la conducción" de la guerrilla.

 

Otros analistas no ven las cosas tan claras. "No creo en esa división entre buenos y malos, entre unos líderes dialogantes y duros", señala desde París Eduardo Mackenzie, periodista experto en las FARC. "El Mono Jojoy nunca fue un hombre de diálogo, se le conoce por su brutalidad, ha ordenado el asesinato de secuestrados que no pagan rescate y el exterminio de un centenar de alcaldes que no se plegaron a las FARC. No tiene capacidad ni recursos intelectuales para manejar el diálogo. Y Cano es puro producto de las Juventudes Comunistas. Sí hay división, pero en cuanto a perspectivas militares a largo plazo".

 

El perfil intelectual de Alfonso Cano se entremezcla con episodios tenebrosos, como el asesinato de 40 de sus hombres, a los que sometió a un consejo de guerra, o con sus deseos de reforzar su liderazgo militar con atentados. Fue Cano, también, el primero en sugerir la desmilitarización de dos municipios como requisito para una negociación con Álvaro Uribe, algo que el Gobierno descarta por completo.

 

Sin embargo, la presión sobre la guerrilla puede llevar a la actual dirigencia a la búsqueda de una "salida realista". "La muerte de Tirofijo va a agudizar las tensiones que existen entre los miembros del Secretariado y entre el Secretariado y los frentes. Hay peleas entre ellos por el dinero del narcotráfico y por el poder", señala Eduardo Mackenzie.

 

Lo que parece evidente es que un futuro diálogo para la liberación de los secuestrados y la desmovilización se hará en las condiciones que marque el Gobierno, cuya propuesta de una zona de encuentro sin armas y con delegados internacionales no mereció siquiera la respuesta de las FARC. En abril pasado, Álvaro Uribe advirtió a Alfonso Cano, al que llamó "filósofo del terrorismo", que iban por él. Con el Ejército pisándole los talones, ahora le ha pedido que no desaproveche la oportunidad "y entre por la puerta del diálogo".

 

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) confirmaron ayer la muerte de su máximo dirigente, Pedro Antonio Marín, alias Tirofijo, ocurrida el pasado 26 de marzo. Rompiendo con la costumbre de ocultar celosamente las bajas importantes, la guerrilla ratificó el anuncio realizado la víspera por las autoridades colombianas. En un vídeo difundido por la cadena venezolana Telesur, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, explicó que Tirofijo murió de un infarto "en brazos de su compañera y rodeado de su guardia personal".

 

El Gobierno alberga ahora más esperanzas en una salida negociada

La información que manejan los servicios de inteligencia, sin embargo, es que el veterano guerrillero, de 77 años, sucumbió a las heridas causadas por un bombardeo contra su campamento, en las selvas del departamento del Meta. La ofensiva continuó durante varios días contra los férreos anillos de seguridad del jefe de las FARC. Columnas de las fuerzas especiales se han desplegado en la zona para recuperar el cadáver.

 

La muerte de Tirofijo corona un marzo negro para el grupo armado que ha asolado Colombia durante más de cuatro décadas. Apenas 25 días antes, Raúl Reyes, el número dos, caía en un bombardeo contra su campamento ecuatoriano. Y poco después, otro comandante, Iván Ríos, era asesinado por su jefe de seguridad. En menos de tres semanas, el Secretariado, máximo órgano de las FARC, perdía a tres de sus siete miembros.

 

Desaparecidos Tirofijo, el caudillo, y Reyes, el jefe ejecutivo, asediadas por el Ejército y diezmadas por las deserciones, las FARC están contra las cuerdas. La propia guerrilla anunciaba ayer el nombre del sucesor: será Alfonso Cano, alias de Guillermo Sáenz, considerado el ideólogo del grupo. Sin embargo, los expertos dudan de que Cano pueda mantener la cohesión en un momento de pugnas internas y de dificultades de comunicación.

 

Después de todo, Tirofijo era la figura autocrática en una estructura descentralizada desde el punto de vista operativo. "El funcionamiento del Secretariado se parece al del Estado Mayor de las fuerzas militares", explican fuentes de la seguridad colombiana. "Hay un consejo deliberante subordinado a un mando único, que era Tirofijo". De hecho, la información contenida en los ordenadores portátiles incautados a Raúl Reyes rompe con la idea de que el veterano jefe guerrillero se encontraba apartado del mando efectivo. "Tirofijo es mentor y hacedor de la estrategia de las FARC", dice el mismo analista. No se despega un ápice de su obsesión por "redimir a las masas" y tomar el poder, y todo lo supedita a ello, incluida la liberación de las decenas de secuestrados que la guerrilla mantiene en su poder desde hace una década.

 

De ahí que, sin triunfalismos, las autoridades colombianas alberguen ahora más esperanzas en una salida negociada. "Tirofijo era un obstáculo para cualquier intento de paz", dijo ayer Juan Manuel Santos, ministro de Defensa. "Era un personaje anclado en el pasado, que causó sufrimiento, violencia y muerte", añadió. El Gobierno ha vuelto a pedir a las FARC que pongan fin "a una lucha infructuosa y demencial" y ha reiterado los llamamientos a la desmovilización.

 

Desde la llegada de Álvaro Uribe al poder, en 2002, unos 10.000 guerrilleros han dejado las armas. Sólo este año van 1.300, muchos de ellos mandos veteranos. La más emblemática, Nelly Ávila, alias Karina, se entregó hace una semana y asegura que las FARC "están resquebrajadas". La Ley de Justicia y Paz, que permitió la desmovilización de los grupos paramilitares en 2006, es ahora el objetivo para muchos combatientes. Y es que la guerrilla tiene todo en contra. Incluida en las listas de organizaciones terroristas por sus crímenes de lesa humanidad y denostada por la población colombiana, su estrategia para reforzarse con el apoyo de Venezuela y Ecuador quedó al descubierto con el contenido de los ordenadores de Reyes.

 

Los expertos vaticinan una fractura del grupo armado, derivada de la transformación de la vieja guerrilla marxista en una organización de tintes mafiosos, que controla el 30% de los cultivos de la droga. "Se perfilan tres grupos: los narcotraficantes, los desertores y los que quieren negociar. El éxito de la estrategia es que el mayor número sean los desmovilizados, y que el reducto criminal sea el más pequeño posible", asegura a EL PAÍS Óscar Naranjo, director de la policía.

 

El Gobierno, no obstante, ha dejado claro que no va a "cantar victoria" y que, al mismo tiempo que "tiende la mano", seguirán las operaciones militares.

 

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