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Manuel Hernández Villeta

La economía norteamericana sigue doblegada, y sin salida a la vista

 El banco de inversiones Merrill Lynch, cuya sede en Nueva York aparece en esta fotografía de archivo en la mañana lluviosa del 15 de noviembre del 2007, anunció drásticas medidas el lunes 28 de julio del 2008 para salir de sus apuros financieros. Brian McDermott / Foto AP  
Se rompen los diques. Los osos polares están a la deriva. Las casas se desvalorizan. Los costos de los pasajes aéreos, las universidades y la atención médica son prohibitivos. Los precios de la gasolina están por las nubes. La guerra contra el terrorismo y las ocupaciones de Irak y Afganistán parecen no tener fin.

 

La convicción de los estadounidenses de que todo es posible y de que no necesitan de nadie se tambalea. Impotentes para cambiar el rumbo de las cosas, se desvanece la sensación de que son dueños de su destino y de que todo lo pueden a fuerza de valor y perseverancia.

 

La misma campaña presidencial refleja un poco ese estado de cosas y los dos candidatos se esfuerzan por ofrecer una ilusión de orden y de esperanza. John McCain promete la seguridad que da la experiencia en tiempos inciertos. Barack Obama habla de un futuro promisorio y la gente acude masivamente a sus actos, gritando la consigna "Sí, se puede".

 

Pero el estadounidense común parece abatido por la andanada de noticias negativas. Una nueva encuesta de The Associated Press-Ipsos indica que apenas un 17% opina que el país está bien encaminado.

 

Un estudio de ABC News-Washington Post señala que sólo el 14% piensa que se avanza por la senda indicada.

 

"Es algo que mete miedo", dijo Charles Truxal, un ejecutivo jubilado, de 64 años, de Rochester, Minnesota. "La gente piensa que las cosas van a mejorar, y no mejoran. Y uno termina encerrado en el sótano porque se avecinan tornados. Si uno lo piensa, tiene muy pocas posibilidades de cambiar las cosas".

 

Basta mirar el pronóstico del tiempo, abrir la billetera o ver las noticias para deprimirse.

 

Una serie de inundaciones causó enormes pérdidas en comunidades del centro del país. ¿Fueron producto del calentamiento global, ante el cual el hombre se siente indefenso, o un diluvio inusual al final de la primavera?

 

A los afectados no les interesa demasiado la respuesta. Si no lo cree, pregúntele a algunos de los habitantes de Nueva Orleáns que sobrevivieron al huracán Katrina y ahora residen en una ciudad en la que, a mil días de la tragedia, sigue habiendo barrios deshabitados, algo que causa vergüenza entre la población e incredulidad en los visitantes.

 

Igual que en el resto del mundo, los alimentos son cada vez más escasos y más caros como consecuencia del aumento del consumo en países como China e India y de los altos costos de los combustibles. El uso de maíz para producir combustible hace que disminuya la cantidad de tierra dedicada a producir alimentos. Los precios del arroz se han triplicado y algunos negocios comienzan a racionarlo.

 

Los residentes de Washington y sus suburbios a menudo se quedan sin luz por prolongados períodos tras el paso de tormentas, no de terremotos ni por ataques terroristas. En California se pide a la gente que consuma menos agua en medio de una sequía.

 

Si quiere alejarse de todos los problemas, difícilmente pueda ir al exterior. La debilidad del dólar hace que resulte muy caro viajar afuera del país. Para colmo, algunas aerolíneas ahora cobran por el equipaje.

 

La televisión tampoco ofrece mucho escape. Una huelga de guionistas impidió la producción de programas nuevos durante varios meses. Y el diario al que uno está acostumbrado podría pronto ser una reliquia en esta era de la internet. Lo mismo que los negocios de videos ahora que la gente ve películas en línea o las recibe por correo.

 

Siempre está el refugio del deporte, ¿verdad?

 

Hasta cierto punto. Dos leyendas del béisbol, Barry Bonds y Roger Clemens, fueron acusadas de usar sustancias prohibidas y se sospecha que varios árbitros de básquetbol se dejaron coimear.

 

No es la primera vez que los estadounidenses sienten que han perdido el control.

 

Horatio Alger, autor de novelas baratas en las que el protagonista se sobrepone a la adversidad y se hace rico y famoso, explotó ansiedades similares cuando Estados Unidos se encaminaba a ser una potencia industrial a fines del 1800.

 

El historiador de la American University Allan J. Lichtman dice que Estados Unidos sorteó peores momentos, incluyendo la crisis económica acompañada de la toma de rehenes en Irán en 1980, la Guerra Fría, la Guerra de Corea y la persecución desenfrenada de comunistas a fines de la década de 1940, principios de la del 50. Todo esto sin mencionar la depresión de los años 30.

 

"Luego de todos estos períodos negros, siempre vino una época de optimismo, en la que el estadounidense recuperó la confianza", señaló Lichtman. "Desde ya, eso no quiere decir que volverá a suceder lo mismo".

 

El electorado se está movilizando más que en otras ocasiones, decidido a buscar soluciones en una época de desasosiego, en la que la gente no cree que el gobierno ni el Congreso puedan resolver nada. El índice de popularidad del presidente George W. Bush ronda por el 30% y el del Congreso es más bajo todavía.

 

¿A qué se debe tanta vulnerabilidad? Después de todo, se sabe lo que hay que hacer para mejorar las cosas. O tal vez no, y estemos viendo como se desmoronan algunas nociones que considerábamos intocables

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