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Manuel Hernández Villeta

El presidente francés y su esposa, Carla Bruni, acompañan al Papa en su visita parisina de esta mañana. Un primer plano del papa Benedicto XVI y el presidente francés. Nicolás Sarkozy saluda a Benedicto XVI a su llegada al Elíseo. (Fotos: EFE).

  El Papa Visita Francia

¿Quién es el señor de blanco que posa al lado de Sarkozy? El viejo chiste viene a cuento porque exagera el protagonismo que el presidente francés ha concedido a su propio papel de anfitrión.Empezando por la idea de acudir al aeropuerto en persona para "recoger" esta mañana a Benedicto XVI. Es la primera vez que Sarko aguarda a un jefe de Estado a los pies de la escalerilla del avión, aunque el privilegio está relacionado con el oportunismo mediático y con el sobrenatural proceso de simbiosis que parece haberse producido a la vera del Santo Padre.

 La prueba está en el discurso que Nicolas acaba de ofrecer en el púlpito del Elíseo. Parecía que el presidente francés se había intercambiado los papeles con Joseph Ratzinger. Maldijo el relativismo, atacó el consumismo inmoral, criticó a las democracias desprovistas de trascendencia.

 Era Sarkozy más papista que el Papa. Hasta el extremo de que la réplica del solemne invitado fue mucho más breve y mucho menos encendida de cuanto había resultado la intervención del jefe del Estado francés.

 El presidente francés y su esposa, Carla Bruni, acompañan al Papa en su visita parisina de esta mañana.

Hubo comunión entre ambos. Se produjo pleno consenso en la idea del "laicismo positivo". Entendido como una apertura al diálogo religioso y como un reproche implícito al laicismo guerrillero del zapaterismo.

 

"Privarse de las religiones sería una locura, una falta contra la cultura contra el pensamiento", razonaba ’Joseph’ Sarkozy en un pasaje de su homilía. Fue el preámbulo, la introducción al meollo del discurso: "El laicismo positivo, el laicismo abierto es una invitación al diálogo, a la tolerancia, al respeto. Es una oportunidad, un impulso, una dimensión suplementaria que se le propone al debate público".

 

Benedicto XVI asentía con el gesto y, sobre todo, con la palabra: "Usted señor presidente utilizó la expresión ’laicidad positiva’ para designar esta comprensión más abierta, y en este momento histórico en el que las culturas se entrecruzan cada vez más, estoy convencido de que una nueva reflexión sobre el significado auténtico y la importancia de la ’laicidad’ es cada vez más necesaria", resumía el Papa en la tribuna de oradores.

 

 

Un primer plano del papa Benedicto XVI y el presidente francés.

La visita desconcierta a los apóstoles del genunio laicismo francés. Temen y sospechan que la escala pontificia responda a una estrategia geoeclesiástica. No sólo para remontar la crisis de vocaciones y el desempleo sacerdotal. También porque el "revival" del catolicismo ha encontrado acomodo y pujanza en el reino de Nicolas Sarkozy.

 

El jefe del Estado parece haberse tomado en serio su rango de canónigo honorario de San Juan de Letrán. Una distinción que el Vaticano otorga a los jerarcas franceses desde los tiempos de Enrique IV (1593) y que Sarkozy aprovechó "chez Benedicto XVI" el pasado mes de diciembre.

 

Elogió entonces, como ha hecho este viernes, las raíces cristianas de Europa. Mencionó la Iglesia como un elemento identitario y de cohesión patriótica. También dijo que el mejor de los profesores y de los maestros es incapaz de sustituir la figura del sacerdote cuando se trata de "transmitir los valores".

 

Benedicto XVI ha encontrado un aliado francés. Finalizan las tensiones de Roma con el mitterrandismo y el chiraquismo. Cede el dogmatismo laico de Estado, aunque el Papa no puede sustraerse a la propia anomalía sarkozysta: tres matrimonios, una prole y una predisposición a la opulencia que desafina con la vida de eremita.

 

No es hora de hacérselo notar, sino de acortar distancias con la rebelde París. Va a contribuir a ello la conferencia que el Papa ofrece esta tarde en el College des Bernardins y va mediar también la misa que el domingo oficia en Lourdes para celebrar los 150 años de la "histórica" aparición de la Virgen. Un guiño a la Francia sobrenatural de Wojtyla.

 

 

 

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